Sentir
- Antonella Recancoj
- 15 jul 2021
- 3 Min. de lectura
Sentir hasta vibrar, con cada átomo que conforma nuestro cuerpo material, en cada pulsación que recorre al ritmo de nuestros latidos cuando el corazón bombea, sentir porque no queda nada más en la vida, sino el momento mismo que la vida nos regala en instantes.
Cuando los rayos de sol entren por las rendijas abiertas o cuando posen sobre nuestra cabeza no es momento de cubrirnos de él, sino de dejar que nuestra piel los absorba y que su calor nos haga sentir el cambio de temperatura, viendo cómo el sol viene a aclarar el panorama, a iluminar los senderos y a hacer brillar el día.
Cuando la lluvia caiga y la brisa sea llevada por el viento, ya sea intenso o suave como el mismo cielo, no es momento de huir a refugiarnos de ella, sino de sentir cada gota minúscula que cubre el radio territorial en donde estamos parados hasta sentir el peso de las ropas mojadas que la absorbieron, nuestros cabellos gotear por haber sido tomados bajo el gobierno de las gotas y alzar la cabeza con los ojos cerrados para sentir los pasos que anuncian la llegada del invierno sobre nuestro rostro destilando las pisadas de las nubes.
Cuando los conciertos de las duchas se vuelvan implacables, sentir como si se tratara de las mismas costas de Italia bajo atardeceres ítalos que se encuentran llenas de espectadores aguardando la llegada del artista principal de la vida que se prepara con aire en los pulmones de la Tierra para presentar sus piezas más importantes, cantando con el alma y sonriendo con los ojos todo el tiempo que dure hasta que la ducha finalice y sea hora de salir de ella para sentir cómo se evapora cada gota de agua extraída de ella sobre la piel mojada que poco a poco se seca.
Cuando las carreteras se vuelvan infinitas y los kilómetros se vayan quedando atrás, sentir a través de la ventana, por la parte de arriba de la camioneta o en medio del viento que rompe la motocicleta cómo vamos dejando pedazos de vida sobre ellos mientras las canciones de fondo elucubran nuevos sentimientos, traspasando mares y fronteras con sueños en la guantera, llegando al ocaso para esperar el alba en playas o montañas hechas de experiencias y nuevas memorias.
Cuando los libros se acaben y las letras ya no alcancen, vivir las emociones de cada página, saborear cada historia con ojos vírgenes que no las habían visto nunca, sentir con la pluma lo que el alma exprese y llenar libretas nuevas, resguardando las viejas, agradeciendo los sentidos que nos hacen completar la experiencia que las hojas y la tinta nos regalan cada día.
Cuando la música comience a sonar y los acordes se comiencen a formar, sentir cada nota y disfrutar el ritmo que acompaña a las letras que le dan vida a este mundo merecedor de alegrías, que nos haga pararnos a bailar en medio del camino, estemos solos o acompañados, rodeados de cuatro paredes o sin murallas que delimiten el territorio en donde estamos parados, llenando nuestro corazón y nuestra alma de notas de felicidad que nos saquen sonrisas y pinten nuevos colores.
Estando a solas o rodeados de otras vidas, conocer como niños, explorar con ojos de asombro, aprender con mente abierta y sentir hasta vibrar con la inocencia de un niño que nos sonríe cuando va de la mano de su mamá, regresándole otra sonrisa de vuelta, jugar con ellos como si no hubiéramos dejado de crecer; soñar como jóvenes, deleitándonos en el regalo del presente, con la ausencia de miedos y la decisión de tomar riesgos; pensar y construir como los adultos, con el conocimiento guardado y una hoja en blanco para los apuntes que nos hagan replantearnos; continuar como los viejos, con amor hasta las canas en el camino que resta sin esperas en las bancas, sin pausas en la hamaca, sintiendo y caminando en el trayecto que continúa hasta que llegue el ocaso.
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