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Cuando la ética y la necesidad se cruzan

  • Foto del escritor: Antonella Recancoj
    Antonella Recancoj
  • 18 jul 2022
  • 2 Min. de lectura

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El día está hecho de decisiones, algunas buenas, algunas no tanto y otras, mejor ni hablar de ellas, pero, al final de cuentas, decisiones que nos han de abrir nuevas puertas o cerrarlas, no sin antes advertir un costo de entrada.


Solemos tener ese pensamiento que nos dice que alcanzaremos el éxito si nos aplicamos, si somos los primeros de clase, si acumulamos tantos diplomas y logros como las libras de la balanza con los años porque así fuimos educados y así lo fueron nuestros padres, en su mayoría, sin embargo, día a día cada vez más personas van ampliando su red de contactos y eso los va catapultando a ingresar a los mejores puestos, a tener aliados en juntas directivas, a ganarse una que otra ventaja sobre los demás por el solo hecho de conocer a “alguien” dejando de lado todos los ideales que alguna vez conocimos.


Las aptitudes dejan de ser relevantes en un mundo globalizado en el que importa más el peso de un nombre, el tamaño de una billetera o la disposición o no que se tenga para hacer la vista gorda de vez en cuando o para devolver favores por la obtención del puesto en que se está.


A veces, la ética puede más y entonces se pierden oportunidades porque pesa más la moral y la honradez que el favor al conocido del conocido, pero, ¿valdrá la pena preguntarnos si es perdonable una actitud reprochable cuando más que ética hay necesidad? Yo creo que no y no es que sea un pensamiento desde la posición más cómoda que existe, al final, todos perseguimos el éxito personal, profesional y económico, al final, buscamos aprovechar al máximo cada minúscula oportunidad que se pueda asomar, pero hay un cálculo que siempre debiera estar presente y más que el costo-beneficio debiera ser el costo-moral que va a tener en nosotros y en nuestras generaciones siguientes.


Sin importar la necesidad de poner un pan en nuestra boca o la de alguien más, no porque sea algo irrelevante, para nadie lo es, sino porque hay medios para poder hacerlo sin obligatoriamente comprometer nuestra ética; no necesitamos sentarnos en las mejores mesas de los mejores lugares para sentir que tenemos un lugar en el mundo o para sentirnos importantes, no necesitamos pagar favores a personas que de forma inescrupulosa buscan beneficios meramente personales llevándose a lo que sea que no les importe, no necesitamos medir el nivel de ineficiencia que estaremos alimentando al realizar tareas que no podríamos admitir a viva voz.


Cuando la ética se cruce con la necesidad no debiera ser una tarea difícil de elegir, debería pesar más la moral, el compromiso y la persistencia en formar parte de algo mejor, dejar de comprometer nuestros valores y afianzarnos hacia una labor que puede ser ardua, pero plena de realizar.

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